New flame { Abierto - Sassha }

Con todo el cuerpo en tensión, agudizó el oído unos segundos. Alguien estaba allí; no era consciente de muchas cosas. Las voces las olvidaba con facilidad al igual que los rostros: se iban como llegaban. Sin embargo hubo algo extraño en aquél comentario. Sin inmutarse, él abrió los ojos y miró a un par de centímetros al chico peli-negro. Una extraña sensación llena de recuerdos le sacudió los órganos pero le era casi imposible recordar donde lo había visto.

-¿Qué es... -Quiso preguntarlo, aunque tampoco estaba realmente seguro de pronunciarlo bien, incluso si recordaba el rostro que parecía acudir a su mente, no estaba del todo seguro de su nombre. Missha solía repetirlo mucho, pero al igual que su humanidad, parecía haberse esfumado por completo.

Enderezándose como si le hubiesen puesto un resorte en la espalda, se hizo un poco hacia atrás como si el contacto a sus labios le hubiese quemado. Su nombre era Alexandría, o era algo muy parecido. Recordaba las burlas que su hermano y él recibían porque (según muchos) tenían nombres de niña.


-Missha... -Y la voz era serena de nuevo, aunque su respiración estaba pesada y le dolía una costilla. Entrecerrando los ojos allí, intentó buscar algo en los bolsillos de su mente para decirle pero nada funcionaba-. No creo que siga aquí...-. Terminó siendo sincero con él, escudriñándole con la mirada. El cuerpo se sentía ligeramente menos tenso con alguien que había visto antes a su lado.

-¿Y tú? -Olvidó agregar algo antes de esa pregunta, como si así se le diera un sentido, pero aún no estaba del todo acostumbrado a largos periodos de charla. Había pasado al menos diez años gruñendo y gritando como un animal, casi todo su sistema se había atrofiado.

-Hum. -Asintió a lo que él dijo, recordando vagamente algunas cosas vividas antes de llegar a aquélla institución. Había atendido a mucha gente y había ayudado mucho a aquél viejo; pero era precisamente quien estaba frente a él, quien más curiosidad le había causado tras mencionar el nombre de su hermano entre delirios de fiebre y dolores.

-Ale...xandría. -No estaba del todo seguro de pronunciarlo bien, hacia recopilación de toda la información en su mente empobrecida. Se sentía cansado. Cansado hasta de estar cansado. Allí mirándolo, se preguntó por qué todos parecían recobrar la vitalidad tras esos muros, menos él-. No fue nada aquella vez...

-Se supone que soy yo quien debe decirte eso. -logró hilar la frase sin equivocarse. Lo pensó por unos segundos antes de darse cuenta de que no sabía exactamente qué era lo que le gustaba comer. Había pasado mucho tiempo comiendo comida en putrefacción y sus gusanos que cuando comia en el instituto ni siquiera se fijaba qué era lo que servían, todo parecía estar en buen estado y las personas lo disfrutaban.

-Me gustan las... Sopas. -ladeó la cabeza, pensando si realmente se decía de esa manera-. ¿Si es eso lo caldoso...?

-¡Claro que no! -Lo tomó por los hombres sin hacer presión. ¿Cómo podría él imponerle algo al otro si estaba a su cargo? -Tú dirás qué debemos comer. Podemos ir justo ahora a comer algo, a averiguar qué te gusta.

Todo, absolutamente, tenía que ser educado por él. Nada podía quedar fuera de su juicio y aceptación. En ese caso, corría el riesgo de ser corrompido por algún otro ser y eso sólo lo volvería indigno. Iván no podía caer en eso.

-Sí, las sopas son caldosas. -Le sonrió. -¿Todas te gustan?

-Insisto... Debería ser yo quien diga eso. -lanzó un suspiro muy alto tras aquéllo, dejándose de nuevo caer en el pasto sin problema alguno. Se pasó un brazo sobre los ojos para cubrir el sol que le calaba en la piel, antes de agregar-. Yo supongo... Si quieres comer, vamos...-. Sentenció, intentando recordar una gran cantidad de sopas. Al final todas eran igual para él, quizá cambiaba el ingrediente, pero terminaba siendo caldo y algo que llenaba el plato.

Contuvo el aliento unos segundos tras escucharle hablar de forma tan rápida. Desmenuzó cada una de las palabras en su mente, asintiendo más para sí que para el contrario. Recordatorio: tomarle de la mano. 

Una sonrisa y un bufido fueron los que le acompañaron mientras se levantaba de su lugar y le tomaba de la mano, entrelazando los dedos con naturalidad para comenzar a caminar.  El cigarrillo se había perdido en algún lugar del universo mientras él sólo le seguía, mirando al frente. -No lo sé, ¿a qué se supone que haríamos?

No, eso no se decía así ¿qué era lo que iba antes? Era difícil recordar tantas maneras diferentes de hablar.