Misplaced [Priv. Elías]

Sassha, su primer y único amigo en toda la maldita institución ya le había contado toda su vida amorosa (y sexual) de principio a fin con pelos y señales... hablando figurativamente, claro. El punto es que le había hablado de cierta presa en particular de la cual hablaba como si se tratara de un David tallado por los mismísimos dioses y le había parecido una total exageración de parte de su histriónico amigo, y él había decidido entrometerse sólo porque no tenía nada mejor que hacer. ¡Oh, sí! El amigo experto en sementales rudos venía a dar su opinión. 

No era un reto acosar a un estudiante si ya estabas vestido como uno y encima tenías la edad necesaria para estar en dicho grado. A Robert no le costó mezclarse con las hordas de estudiantes que salían de sus salones con una cara de estrés más marcada que la de sus compañeros de grados inferiores porque sabía como pasar desapercibido en el mundo, y no perdió la oportunidad de echar mano a algún reloj o alguna pluma Mont Blanc en su trayecto por los salones de tercer año en busca del mencionado Adonis. 

Al susodicho lo reconoció por la descripción otorgada por Sassha, la cual no era del todo exagerada, y lo vio entrando en un salón de clase donde el profesor era bastante anciano. Robert hizo un gesto de victoria un poco obsceno con sus puños y caderas antes de colarse en el salón como la rata de alcantarilla que era y se apresuró a sentarse detrás de su blanco antes de que cualquier otro lo hiciera, absolutamente deleitado por el hecho de que los chicos de tercero son un manojo de nervios ensimismados en lograr entrar a una universidad y la mayoría ignoraban su existencia a pesar de lo llamativo que podía ser su cabello. 

El chico recién comenzaba a relajarse, cruzando los dedos detrás de la nuca con una descarada actitud ante el pobre profesor que pasaba lista luchando por leer a través de sus lentes de fondo de botella cuando un supervisor apareció en la puerta del aula, dejando a Robert lívido en cuanto empezó a pasear la mirada por los alumnos, buscando al que no pertenecía ahí. 

Robert se encogió detrás del alto joven mientras el supervisor explicaba la situación con voz alta y lenta al fósil que tenían por maestro. Siempre sabía cuando lo estaban buscándolo específicamente a él, así que no se la pensó dos veces para meter su botín de objetos robados y algunas bolsitas de hierba que cargaba en sus bolsillos rápidamente en el inocente portafolios que colgaba de la silla de enfrente con el sigilo de un zorro. Se enderezó en su asiento justo a tiempo para que el prefecto lo viera directamente a los ojos con una expresión de reproche. 

Con toda la dignidad del mundo, Robert se levantó de su asiento fingiendo que se quitaba el polvo del uniforme exhibiendo una sonrisa triunfal para las chicas buenas a las que se les notaba una debilidad por los chicos malos. El supervisor sólo negaba con el ceño fruncido, quieto en su sitio hasta que el joven salió del aula despidiéndose de la clase con un pícaro guiño; la idea es siempre tapar el crimen mayor declarándose culpable de uno menor. Robert confiaba en que no le costaría mucho trabajo volver a localizar a su "mula" antes de que esta se diera cuenta del tesoro con el que cargaba una vez que pudiera zafarse de la reprimenda que le esperaba en dirección.

El interrogatorio y su correspondiente sermón en dirección no fue nada que el joven no hubiese escuchado antes en cualquier otra ocasión durante su educación básica y media. Dobló las manos, puso su mejor cara de cachorro y apeló a su aburrimiento para que la disculpa no pareciera cederse con demasiada facilidad como para levantar sospechas, y logró salir de la oficina con nada más que una pequeña anotación en su expediente en menos de los 45 minutos que duraba la clase de historia de los de tercer año. 

Robert salió aparentando prisa de la oficina del director para aparentar que le preocupaba llegar tarde a la siguiente clase y pegó carrera en cuanto dobló la esquina del pasillo para correr de regreso al segundo piso de la institución. Derrapó por las esquinas casi chocando con varios estudiantes que ya volteaban a verlo por lo fácil que era identificar su cabello bicolor, desaceleró al ver a cualquier autoridad y finalmente llegó al salón donde había visto por última vez al alto joven que tanto le urgía encontrar.

Gracias a todos los dioses, Elias Arzer, como lo había identificado gracias al profesor tomando asistencia, era la única alma que permanecía en el aula y Robert tomó aire antes de entrar tratando de ocultar su nerviosismo ahora que se enfrentaba a un problema de dimensiones desconocidas; sólo tenía aquellos pasos entre la puerta y el asiento del pelinegro para analizar todos los datos:

El tipo era un nerd. La pulcritud, los movimientos mecánicos y la artificialidad de su ser le provocaron repulsión inmediata, activaron todas sus alarmas anti-autoridad y quizá llegó hasta intimidarle un poco. El chico se acomodó los lentes de pasta dura antes de sentarse al revés en la silla delante del otro con las piernas a los lados del respaldo para poder ver a Arzer de frente al esbosar una tímida sonrisa.

- ¡Hey!.. -exclamó algo incómodo intentando llamar la atención de su superior, fingiendo distracción en mirar de reojo sus perfectos apuntes que casi le provocan un derrame cerebral. - Oye, esta mañana me metí por error a tu clase, seguro lo recuerdas -continuó sin ningún reparo en hablarle de "tú" a una persona que probablemente le molestaría. -Me senté detrás de ti y creo que dejé caer una pluma en tu portafolio abierto al levantarme de golpe, pero con las prisas y la confusión, bueno... ¿podrías buscarla por mi? -preguntó aparentando inocencia y mucha vergüenza por su torpeza; papel que debía seguir manteniendo si quería recuperar su botín o simplemente salir bien librado de ese problema.