Ad hominem [Priv. fuchiclan]

No estaba del todo seguro de cómo había logrado meterse en tantos líos antes de que terminase su segunda semana en el instituto, pero el punto es que ya estaba cumpliendo condena dentro de su condena y todavía no conocía el nombre de todos los perdedores de su grado. Uno de esos perdedores era un... ¿Harry? ¿Harvey? ¿Henry?, al que un profesor suplente le había encargado ser su carcelero para meterse a su tonto club de debate. Ese profesor no era la primera persona que le decía que no era tonto, que tenía que encaminar su creatividad a algo productivo en lugar de a algo destructivo, pero el sopor y lo tediosa que se estaba volviendo la clase privada, le hacían dudar de su supuesto intelecto.

Robert se encontraba sentado en una de las cuatro sillas de uno de  los pequeños cubículos de estudio que la biblioteca ponía a disposición de los alumnos para trabajos en equipo, asesorías y estupideces por el estilo. Ese raro sentir de estar en una muñeca rusa o un objeto de producción en serie dentro de cajitas dentro de cajas más grandes le hizo removerse incómodo en su asiento, rascándose la nuca mientras su verde mirada se paseaba por las paredes de madera del cubículo 4x4, el pizarrón lleno de palabras en latín y sus definiciones, el muro de cristal que daba al pasillo y la puerta por donde tantas ganas tenía de salir. 

El joven se forzó a mantenerse quieto, dio una lectura rápida un poco más atenta al pizarrón y a su carcelero que lo miraba un tanto molesto, y levantó la mano como si de verdad hubiera más gente en ese saloncito.

- ¡Oye! ¡Oye! ¿Por qué un ad hominem no es un argumento aunque sea verdad que el otro ponente sea un tarado? ¡Es la verdad! -dijo casi haciendo berrinche, porque no entendía cuál era el punto de todo eso si todo mundo siempre ha discutido así desde el principio de la historia.