Painless [Privado] [+18]

El preciso reloj alemán de la escuela marcaba el fin de las clases de aquel día, pero Robert se encontraba en el techo del edificio desde hacía buen rato:

 El chico se había saltado la última hora de un día bastante pesado para escabullirse hacia el techo, fumar unos cuantos cigarrillos y estrenar un reproductor MP3 que había conseguido a un precio sospechosamente bajo en el centro de la ciudad. De esta manera, el pelirrojo se había buscado un rincón alejado de la puerta donde miraba el horizonte de la pequeña ciudad de ensueño mientras se esforzaba por encender el tabaco a pesar del viento que insistía en fastidiarle. 

Estaba cansado y asustado. Llevaba sólo una semana intentando encajar en la vida escolar y definitivamente no lo estaba logrando; ¿la idea de un trabajo de 9 a 4? El inglés exhaló el humo con una sensación de náusea, pero no era el cigarro lo que la había provocado. Era irónico cómo es que había sobrevivido a una alimentación deficiente, a padres alcohólicos, a tantas situaciones riesgosas y estúpidas (era una sabandija resistente), pero ahora no tenía ni idea de cómo sobrevivir como un miembro útil de la sociedad. 

Extrañaba la carretera y a su motocicleta, las peleas estúpidas y un mundo más salvaje. ¿Qué rayos era este pedazo inútil de tela que colgaba de su cuello?, se preguntó forcejeando con su corbata mal atada desde un principio para arrojarla al suelo y la pisoteó con ira que salía de la nada. Robert suspiró mirando al cielo para calmarse y se sintió como un animal enjaulado, como un maldito extraterrestre o quizá era sólo un marica subnormal. Como fuere, se dejó el cigarrillo entre los dientes, apoyó la espalda en la reja de su zoológico y hurgó en la biblioteca musical del anterior dueño del reproductor con la esperanza de encontrar algo nuevo; el dueño parecía ser un emo de mierda y tuvo que conformarse con la discografía de Placebo. Space Monkey, perfecto.

Terminó dos cigarrillos, varias canciones que no ayudaban a su estado de ánimo que tan bien escondía tras esa actitud relajada, feliz y despreocupada, tras su necesidad de siempre estar haciendo algo tonto. Robert no entendía porqué se sentía tan solo y eso no era culpa de Sassha, pues ya se sentía así con la pandilla desde que tenía memoria, y Sassha también estaba mal de la cabeza. El pelirrojo guardó el reproductor, la cajetilla y su encendedor en los bolsillos del pantalón, sacó unos guantes de cuero negro del interior del saco de su uniforme, se los colocó y se retiró éste para arrojarlo sobre el alambre de púas que coronaba la reja; el saco quedó colgado justo donde quería y rápidamente trepó la valla animado por Nancy Boy con la idea de sentarse en la precaria cerca. 


¿Y si te caes, Bobby? 
-Tú cállate. 

Fumar no era algo que Tom hiciera constantemente. Por principio de cuentas, sabía que los cigarrillos eran testeados en animales, principalmente en beagles y monos; que se trataba de la tercera causa principal de muerte, y que ésta no sería rápida, sino tortuosa para el individuo y para quienes le rodeaban, principalmente para quienes convivían directamente y resultaban afectados como fumadores pasivos, en especial, desarrollando enfermedades respiratorias y cardiovasculares. Era, de igual forma, de saber popular que, consumirles, provocaba un estado de relajación severo, que podía, incluso, acallar el apetito y el estrés. Éso, justamente era lo que quería comprobar.


Durante algunos días realizó un ayuno total y permaneció despierto por dos días completos, esperando que su organismo comenzara a deteriorarse y a lanzar gritos desesperados en busca de ayuda. Quizás una gastritis o un desmayo. Al final, aunque tenía una pérdida parcial de la función nerviosa sensorial, aún podía perecer. Ese día, mientras tomaba sus primeras clases, pudo notar un desfasamiento en el que su cuerpo no obedecía apropiadamente lo que su cerebro mandaba. Estaba listo, ya era hora. Entre sus pertenencias, dentro de la mochila que utilizaba, yacía una cajetilla de cigarros, los más caros que había hallado, suponiendo que fueran los de mejor calidad.


Sabía que no podía hacer la prueba dentro del colegio, por lo que se había tomado la molestia de investigar exhaustivamente cuál era el lugar más apropiado para realizar dicho experimento. Tras algunos testimonios, tuvo la imagen correcta; podría fumar en el techo del edificio, por lo ignoraría el hecho de que era horario escolar y se dirigió para las escaleras que lo llevarían a su destino. Caminó plácidamente, con calma. No existía una prisa real en ese momento como para acelerar el paso. 


Al abrir la puerta, después de acostumbrar su retina a la luz del Sol que lo había deslumbrado, Tom miró el lugar. No quería compartir ese momento con ningún profesor moralista que le dijera porqué no debía fumar a tan temprana edad. Era evidente que él lo sabía mejor que ellos, profesores estultos. No parecía haber nadie, ni siquiera alguno de esos compañeros imberbes que no tenían la más remota idea de lo que hacían, pero igualmente, lo hacían. 


Momento: ¿Era acaso ése un chico escalando la malla que recubría el lugar? Perfecto, lo que necesitaba. Un idiota que tratara de terminar con su patética vida y él, como único testigo y presunto culpable. Ni hablar; tendría que detenerlo, más que por gusto, por obligación. Se acercó silenciosamente al otro y, de un movimiento sagaz, lo atrajo hacia abajo por el cuello de la camisa del uniforme, dejándolo caer directamente hacia el piso de la azotea. 


— ¿Qué estás haciendo? —preguntó con voz ronca — ¿Acaso eres imbécil? —clavó en él la mirada más inquisitiva que tenía. Realmente le parecían molestas esa clase de personas. ¿Acaso no podían matarse y terminar con sus insignificantes vidas donde no perjudicaran a terceros? ¿Por qué traumatizar al resto del instituto, sin mencionar al hombre del aseo que tendría que limpiar sus vísceras desparramadas.

Quizá sería gracias a los audífonos en sus oídos que no había escuchado a una persona acercándose para desnucarlo y tirarlo de espaldas al suelo, pero aquello le sacó un susto mortal y todo sucedió tan rápido que de un segundo a otro se encontraba en el piso con la espalda dolorida, falto de aliento y con el corazón desbocado, mirando consternado a la persona que lo había puesto en ese estado. La cabeza del alto desconocido se veìa un poco disforme a contraluz del sol y encima veía borroso porque sus lentes colgaban chuecos de su rostro, así que tardó un poco en reaccionar y acomodárselos antes de que la imagen se volviera nítida; sólo entonces pudo ver una mirada de desaprobación en un rostro lleno de perforaciones y notó que traía un gorro algo exótico. 

- ¿Tú qué crees que estoy haciendo? -preguntó el inglés incorporándose después de la breve conmoción, pero quedándose sentado en el suelo desde donde veía al extraño que ahora le debía un masaje o una cita en traumatología.

Robert sabía lo que podía parecer que estaba haciendo, pero si quisiera matarse, buscaría una forma menos dramática de hacerlo; aún así, quizá podría jugar con el malentendido ya que de verdad le había dolido el golpe.

- Ve a salvar a alguien a quién le interese... baja un gato de un árbol o qué se yo, -espetó girando en el suelo para apoyar la espalda en la malla y se colocó de nuevo los audífonos que se le habían salido por el impacto con el suelo mientras seguía mirando a su supuesto salvador. El pelirrojo sacó la maltratada cajetilla de su pantalón para llevarse el tercer cigarrillo a los labios mientras miraba al mayor con fingido resentimiento. 

Robert era una persona perfectamente capaz de reírse de si mismo y la respuesta de su supuesto héroe le sacó una sonrisa por la elocuente respuesta de robot, se encogió de hombros y jugó distraídamente con su encendedor. - Debe haber un gato retrasado mental y con un ímpetu autodestructivo que no se pueda bajar. Ve a buscarlo, -contestó con sorna y con una amargura cada vez menos fingida, aún si su representación teatral de un suicida seguía en pie.

No obstante, el maniquí esbozó una sonrisa que podría ser amable, podría ser conciliadora o sólo creepy, y el inglés se sintió un poco confundido. ¡Claro que necesitaba ser arisco! Su instinto se lo decía, pero tenía que disimular frente al desconocido y pronto decidió que quedarse sentado en el suelo era una posición demasiado vulnerable; así que se puso de pie guardando sus simples Lucky's para aceptar esa exótica marca de la cual sólo había escuchado hablar. 


- Claro. Gracias. -respondió tomando uno de aquellos largos cigarros blancos, también teniendo la oportunidad de mirar más de cerca aquellas perforaciones tan radicales e interesantes en su cara. Decidió que le interesaba a pesar de peligro. - Mi nombre es Robert, por cierto; y sólo quería recuperar mi chaqueta. -Señaló el saco que aún colgaba del alambre de púas una vez que prendió el Parliament con su propio encendedor.

El sabor era distinto, la frescura era superior a la de su propia cajetilla pero no estaba seguro de que le gustara más que su marca de confianza. Del mismo modo, analizaba de reojo al alumno de un grado superior que había olvidado su supuesto intento de suicidio con demasiada facilidad o quizá se tratase de que el tipo era bipolar.