Ficha de Iván

Iván carga con dolor en sus hombros por que es empático. Porque odia (siente), porque desprecia (sufre). A él el sentido común no le cabe en las manos, se le cae, se resbala y la máscara de hostilidad engulle su empatía y la rechaza con cortesía de acero, volviéndole grosero y obsceno. Él mancilla las esperanzas con sus comentarios hirientes y carentes de pensamiento previo. Actúa bajo el instinto y siembra agobio si se le hace enojar o se le irrita; y es ridículamente sencillo lograrlo, es por eso que se aísla y prefiere ignorar a los demás, tiene problemas del habla y de atención, puesto que fue criado como un animal, algunas palabras aún le son imposibles de pronunciar aunque conozca las cosas o sepa hacerlas. Eso lo demuestra sabiendo de medicina aunque desconozca los nombres de muchos de los instrumentos o medicamentos.






Iván avanza demasiado aprisa, entre vértebras y cráneos por caminos como migajas de pan en un sendero.  Privado de su humanidad fue arrebatado de su hogar cuando era apenas un niño. Bajo un régimen estricto y torturoso, fue entrenado como un perro salvaje para la caza: aprendió, vivió y sobrevivió bajo los peores tratos. Su cuerpo se fue adaptando a vivir de agua de charcos, o sobrevivir sin ella. Alimentos mínimos o en estado de putrefacción. Hubo algunos momentos en los que sólo comió gusanos que se formaban en las basuras de las calles y durmió bajo las intensas nevadas.


Acostumbrado a ello desde que le raptaron y usaron como sujeto de prueba, su cuerpo se volvió inmune al dolor y su cerebro se desconectó. Fue consciente de su dolor, de los gritos de su carne y de la piedad que pedía su sangre; pero nunca le fue concedida. Se le enseñó a cazar, destazar y luchar por sobrevivir, no se le enseñó a hablar, a pensar o a actuar por algo que no fuera el instinto básico. Creció entre sus desperdicios y su sangre marchita que sólo servía para ponerle en pie. Fue casi un militar impresionante que sirvió como sabueso para gordos millonarios que ofrecieron oro para que les cuidara, y cuidado de quien se acercara a él, podía arrancarles una mano con los dientes o sacarles los ojos en un pestañeo. Sin embargo todo por servir se acaba, y cuando los estragos de la guerra fueron más de lo que se había ganado, él fue dejado en las calles a su suerte con heridas no sólo en su cuerpo sino en el alma.



Sobrevivió a situaciones inhóspitas y que le pondrían la carne de gallina a cualquiera, teniendo que robar, teniendo que beber su propia orina para no deshidratarse o comer animales muertos de la calle; y de repente hubo luz. No recuerda su nombre (nunca pudo pronunciarlo bien) pero un sujeto con cabello rubio como el sol le acogió en su casa y le curó las heridas con tiento y delicadeza, le secó los cabellos y le tuvo paciencia a ese animal que boqueaba y sólo sabía matar de nombre Iván. Le hizo recordar que las cosas tenían un nombre, que había en el mundo, algo más por qué vivir además de la comida o el territorio donde se encontraba. El sujeto trabajó (por lo que entendió) para un instituto de damnificados en Alemania, y le envió allí. Iván era desagradable, pero era hábil para curar enfermedades y sanar heridas de los chicos que llegaban a la institución; ellos quienes no tenían a nadie más que a sí mismos para valerse en ese mundo que al igual que a él, le había dado la espalda. Con el tiempo olvidó su humanidad y se resguardó en sí mismo, sólo siendo en parte consciente por esa voz en su cabeza que le repetía el nombre de su hermano y sus padres, esa que cada día se extinguía más y si tenía suerte, un día al despertar ya no estaría más. 

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